martes, 27 de noviembre de 2012

YO TENGO UN AMIGO...



Todo el mundo tiene un amigo, que a su vez tiene otro amigo o un primo, al que le ha pasado algo de lo más extraño.

Por ejemplo: Todos hemos escuchado a alguien contar que tiene un conocido a cuyo primo, durante una intervención quirúrgica, se le dejaron las pinzas o las tijeras dentro del estómago.

Y, por supuesto, todos sufrimos al mismo plasta que nos cuenta una y otra vez aquella anécdota en la que un primo de su vecino se encontró con el Rey, y éste se ofreció amablemente a cambiarle la moto.

O también tenemos ese caso «verídico» en el cual uno de nuestros compañeros de trabajo nos jura y perjura que la prima tercera de su abuela hablaba con fantasmas, y que llegó a convocar una vez al mismísimo Napoleón Bonaparte.

Pero vamos a ver… ¿estamos todos locos o qué?

Porque si nos vamos dando cuenta de la «realidad» de estas afirmaciones, siempre nos llegan de tercera mano. Es decir: Yo tengo un amigo, quien a su vez tiene otro amigo a cuyo familiar o vecino le ha sucedido el hecho en cuestión.

En este caso, lo ideal sería ponerse en contacto directo con la fuente de primera mano del suceso, con el origen, con quien lo ha sufrido. Y ahí es donde llegan los inconvenientes.

Porque sucede que:

A.- El sufridor del percance no puede ser localizado por haber fallecido, haberse mudado a una isla ignota del Pacífico o haberse encerrado en un monasterio de clausura.
B.- Cuando se llega al supuesto origen, resulta que esa persona lo cuenta porque a él se lo transmitió un amigo que tenía un conocido a cuyo primo le sucedió aquello. Y si volvemos a intentar llegar al origen, nos encontramos de nuevo en el punto de partida.

Visto lo visto, si alguien viene y te dice en secreto que tiene un amigo, que a su vez tiene un vecino que posee dos penes, responde tranquilamente y sin inmutarte: «Eso es mentira». Y en el momento en el que te pidan que respaldes tu acusación, les puedes decir con toda la sinceridad del mundo que si existiese un hombre así, sería rico y famoso, porque con lo que le gusta al género masculino fardar de esas cosas, habría circulado ya por todas las televisiones del mundo.

Violeta Lago

miércoles, 21 de noviembre de 2012

EPIDERMIS: OTRO MICRO PUBLICADO



Mi microrrelato "La diferencia" fue seleccionado por Ediciones Rubeo para formar parte de la antología "Epidermis", publicada por dicha editorial, y que se encuentra a la venta desde el pasado 20 de octubre.

En este caso, el gran reto lo ha supuesto tener que condensar una historia completa en menos de 200 caracteres.

Además he tenido el placer de compartir esta publicación con grandes escritoras amigas mías, lo cual siempre es un privilegio.

No podía dejar de haceros partícipes de esta noticia, la cual espero que os alegre tanto como a mí.

viernes, 16 de noviembre de 2012

PARA SIEMPRE

Últimamente estoy triste, y sólo se me ocurren relatos tristes. Este es uno de ellos. Espero que os guste, a pesar de todo.



PARA SIEMPRE ©

La estridente y aguda voz de la enfermera resonó en la sala de espera de la Unidad de Críticos.
—Buenos días. Por favor, vayan pasando según voy nombrando. Sólo dos familiares por paciente y los cambios se hacen aquí fuera. Familiares de Mateo Jiménez, Luis Angulo, Anastasia Petrov, —los visitantes iban entrando por la pequeña puerta a medida que escuchaban el nombre de cada paciente—. Julia Maldonado, Mariano Siruela,…
Como cada día durante los dos últimos meses, Enrique se levantó del asiento al escuchar que nombraban a Julia. Entró en la enorme habitación con paso tranquilo y se dirigió a la cama número cinco.
Ella permanecía con los ojos cerrados, igual que siempre. El tubo del respirador artificial sobresalía de aquellos labios tan pálidos que apenas se distinguían del resto de la piel. La tomó de la mano para notar que estaba incluso más fría que el día anterior.
—Buenos días, Julia. Hoy hace un día precioso de primavera, ¿sabes? Esta mañana el jardín que hay enfrente de mi casa desprendía el aroma de las primeras flores. ¡Si vieras lo bonito que está el rosal! Ya verás cómo se pone cuando empiecen a abrirse los capullos, con todos los que tiene. —Ella, como siempre, permanecía impasible ante aquella diatriba, mientras Enrique continuaba con su conversación sin soltar ni un segundo su mano, a la espera de que el médico viniese a darle el informe diario.
«Más de lo mismo», pensó. «Será igual que cada mañana. No hay cambios, sigue en coma y estable, no sabemos si despertará y, en caso de hacerlo, en qué condiciones ni cuándo. No queda más remedio que esperar».
Durante aquellos dos interminables meses escuchaba las mismas palabras una y otra vez, siempre a la expectativa de novedades, de algo diferente. La miró con ternura y continuó hablando para ella, consciente de que no iba a obtener respuesta, al tiempo que recordaba cómo empezó aquello.

Acudía cada día a ver a su abuela, ingresada en la UCI, cuando se percató de que, al entrar las visitas, nadie acudía a la llamada de Julia Maldonado. Pensó que debía de ser muy triste estar allí dentro veinticuatro horas al día, y que nadie acudiese a ver cómo te encontrabas. Cuando pasaron a la abuela a la planta, regresó a aquella sala de espera decidido a cometer lo que él mismo consideraba una locura. Quería entrar a ver a Julia y pedirle permiso para visitarla, porque no quería que se sintiera sola. Pensó que se trataría de una persona mayor, probablemente una viuda sin hijos y con unos sobrinos descastados que sólo estarían interesados en cobrar la herencia cuando, al llegar a la cama número cinco, se encontró con una mujer joven, de unos treinta y tantos años, morena y de una belleza espectacular. El cabello, liso y negro como el alquitrán, se encontraba esparcido por la almohada, enmarcando un rostro de color pálido y facciones muy delicadas. Sus manos, de dedos finos y largos, estaban colocadas a lo largo del cuerpo, que se apreciaba delgado por debajo de la sábana blanca con el logotipo del hospital.
Tenía los ojos cerrados y puesto el tubo de la respiración asistida. Estaba en coma.
Extrañado por lo inesperado de su aspecto, de forma discreta preguntó a las enfermeras, quienes le dijeron que la había traído un taxista que se la encontró desmayada en una parada de autobús. Se había intentado localizar a sus familiares o conocidos, pero no llevaba encima una agenda o un teléfono móvil que diera alguna pista sobre ellos. Por la documentación que llevaba y una vez consultada la policía, supieron que vivía sola y trabajaba como fotógrafo freelance. De ahí que nadie la hubiera echado de menos, y que nadie hubiera ido a visitarla ni siquiera una vez.
No podía dejarla sola, puesto que algo en ella le había conquistado. Quizá el hecho de advertir su fragilidad le cautivó desde el primer instante, o quizá fuera el destino que hizo que estuviera en aquella sala de espera escuchando ese nombre al que nadie respondía. Desde ese instante se hizo el propósito de ser su visita y dos meses más tarde seguía acudiendo a la cita, dos veces al día, a las diez y a las seis.

Un médico que no había visto hasta entonces se acercó al box con decisión.
—¿Es usted familia de Julia?
—Soy un amigo. No tiene familia.
—Si es tan amable, de seguirme… Tengo un asunto que comentarle respecto a ella.
Enrique siguió al médico hasta un pequeño despacho situado en el fondo de la Unidad de Críticos.
—Siéntese, por favor —le indicó con gesto amable, al tiempo que él mismo tomaba asiento tras una vieja mesa de madera color nogal. Enrique observó la salita. Las paredes, pintadas en un tono color crema, estaban desnudas, sin ningún tipo de adorno. Los únicos muebles eran aquella mesa y tres sillas, dos de ellas para los familiares y un viejo archivador metálico situado a espaldas del galeno. —Tengo que darle malas noticias. El estado de Julia es crítico. La actividad cerebral ha sufrido varios paros durante las últimas horas y nos tememos que no salga del coma.
Enrique palideció al escuchar aquello.
—Y eso quiere decir que…
—Si se produce un nuevo receso en su estado, nos veremos en la obligación de tomar una decisión drástica. De usted depende, puesto que es el único conocido que viene habitualmente por aquí, según me han comentado los compañeros.
—¿En qué consiste exactamente esa decisión?
—Necesitamos saber si desea que la mantengamos con vida artificialmente, aún sabiendo que no volverá a recuperar la consciencia, o si prefiere que la desconectemos y la dejemos morir en paz. En caso de decidir que prefiere que siga en coma tendremos que disponer su traslado a la Unidad de Larga Estancia. Como comprenderá, una vez que sabemos que su estado es irrevocable, no podemos mantenerla aquí, puesto que hay pacientes recuperables que necesitan esa cama.
—¿Cuánto tiempo puede durar esta situación? —preguntó Enrique con preocupación.
—Nadie lo sabe. Días, meses, años… Hasta que un día el cerebro deje de funcionar por completo y se la declare oficialmente fallecida. No quiero influir en su decisión, pero es mi deber comunicarle que alargar la agonía es hacerles pasar un sufrimiento innecesario, tanto a ella como a usted.
—Y si decido que sea desconectada, ¿podré despedirme de ella?
—Por supuesto. En el caso de que prefiera que Julia deje de padecer innecesariamente dispondrá del tiempo que necesite para ello. No obstante, si toma este camino me gustaría que tuviera en cuenta el tema de la donación de órganos.
—¿Donación de órganos? —preguntó confundido.
—Sí. Serían entregados al banco de órganos para que otras personas tengan una oportunidad de seguir viviendo gracias a ella. Por supuesto, usted jamás conocerá a los destinatarios y ellos no sabrán quién es el donante. Pero las listas de espera son muy largas y Julia es un donante óptimo. Piense en cuántas vidas puede salvar. —Enrique bajó la cabeza mientras se estrujaba las manos de forma compulsiva—. No es necesario que tome ahora mismo su decisión. Puede hacerlo cuando quiera, pero tiene que saber la verdad y conocer las opciones. Ahora, si quiere, puede volver a verla, y cuando tenga las cosas claras hable conmigo.
Enrique se levantó cabizbajo y se dirigió de nuevo al box para ver a Julia. Su cabeza no dejaba de darle vueltas a aquel asunto. Él, un completo desconocido, tenía en sus manos el poder de decidir si ella vivía o moría. ¡Por el amor de Dios! ¡Él no era nadie! Simplemente se trataba de alguien que pasaba por allí en el momento menos indicado… o el más indicado. Posiblemente, y gracias a él, ella había disfrutado de más tiempo en este mundo. Sin sus visitas, los médicos habrían desconectado todos los aparatos hacía tiempo, y ella habría muerto en soledad. Pero ahora no iba a ser así.
Con un nudo en el corazón, los ojos llenos de lágrimas y después de depositar un beso en la frente de Julia, regresó al despacho. Tocó con los nudillos en la puerta antes de abrirla y se encontró al médico revisando su expediente.
—Ya sé lo que quiero hacer, doctor.
—Dígame.
—Julia debe ser desconectada. Debo dejar que descanse de una vez.
—¿Y en cuanto a lo de la donación?
—Firmaré los papeles que sean necesarios para que los órganos sean donados. Y me haré cargo de la incineración de sus restos.
—¿Cuándo quiere que…?
—Ya. Necesitaré unos minutos para despedirme y después podrán hacerlo. —Se levantó y regresó con paso decidido a la sala general. Cuando llegó donde se encontraba ella, la tomó nuevamente de la mano.
—Cariño, esta será la última vez que venga a verte. He hablado con los médicos y vamos a dejar que te vayas en paz. Pero no debes tener miedo porque estaré contigo. Siempre te llevaré en mi corazón. Y una parte tuya seguirá sobre la tierra. He accedido a donar tus órganos. Sé que estarás contenta de que muchas personas puedan continuar viviendo gracias a ti. Cuando mire a otras personas me preguntaré si tienen algo tuyo. Tu corazón seguirá latiendo en otro cuerpo, y tus ojos verán el sol y la belleza de las flores desde otra cara. Pero tú seguirás viviendo dentro de mí. Para siempre. Te quiero, mi amor.
Depositó un beso en su frente y les hizo un gesto a los médicos. Sin atreverse a volver la vista atrás abandonó aquella sala, mientras dos gruesas lágrimas silenciosas caían de sus ojos.

Violeta Lago