martes, 12 de abril de 2011

El Club de las Primeras Escobas


Todo el mundo me dice que soy una bruja. De tanto oírlo, he llegado a la conclusión de que tienen razón. Por eso he decidido fundar un club de brujas. Y como soy una bruja novata, y acabo de adquirir mi primera "escoba profesional", lo he llamado así. El "CLUB DE LAS PRIMERAS ESCOBAS".


El único requisito imprescindible para formar parte de este selecto y exquisito club, es ser una bruja; bien por convencimiento propio, o bien porque te lo han repetido tantas veces que has terminado por creerlo.


Pero somos brujas buenas:


No atacamos: nos defendemos.

No faltamos al respeto: salvamos nuestra intimidad.

No "despellejamos": decimos verdades.

No criticamos: damos nuestra opinión.

Y nuestros conjuros van destinados a procurar nuestro bien y el de los que nos rodean sin perjudicar gravemente a nadie.


Y nuestro lema será:


"Por el bálsamo de Fierabrás,

si yo no puedo adelgazar

que engorden todos los demás"

jueves, 7 de abril de 2011

SOMBRAS (4)

Dorila levantó con sus viejas manos la estatuilla del amasijo de trapos del hatillo en el que venía envuelta, se acercó despacio a uno de los candelabros de las paredes laterales y la levantó, para contemplarla con absoluta devoción.

-Si no fueras tan malvada, no tendríamos motivos para esconderte. Pero debajo de esa belleza, y entre tus habilidades, ocultas el poder de crear el caos y la confusión a tu alrededor. Estarás mejor a buen recaudo. Yo seré tu guardiana. El día que muera, la pequeña Leena sabrá qué hacer contigo. Me encargaré de instruirla al respecto. En un futuro no muy lejano, ella será tu nueva protectora.

Sin tomarse la molestia de ocultar la admiración que le producía tener en sus manos el talismán de Eris, diosa de la discordia, bajó la figura, la acunó entre sus brazos y, tras sortear al animal que reposaba en la arcada, se perdió en la oscuridad del pasillo hacia el fondo de la vivienda.

El dormitorio estaba igual de oscuro que el resto de la casa, tenuemente iluminado por viejos candelabros recuerdo de siglos pasados, de vidas pasadas, de tiempos mejores. Una anticuada cama con baldaquín presidía la triste habitación. Los pilares de madera sobre los que se sostenía, mostraban los restos deteriorados y carcomidos de lo que, en su día, fue un laborioso tallado de hojas de acanto y frutos silvestres.

La cómoda estaba ajada por el paso de los años, y los cinco cajones deformes, combados por la humedad y el paso del tiempo, se resistían a abrirse con facilidad. Dorila depositó a Eris con sumo cuidado sobre la cama, agarró el tirador de cobre de la cajonera central y, con mucho esfuerzo, consiguió sacarlo casi del todo. Palpó la parte inferior hasta que encontró lo que buscaba: una pequeña llave oxidada de hierro adherida al fondo. Extrajo la pieza metálica y retornó el cajón a su posición inicial.

Con la llave en una mano y la estatuilla en la otra, se acercó al tapiz apolillado que se encontraba al lado de la cama, lo retiró, y al hacerlo descubrió una pequeña puerta con una cerradura casi imperceptible, en la que introdujo la llave. Tras dos vueltas completas, la portilla cedió. Al abrirla, un fuerte olor a moho y humedad salió de aquel agujero negro, como si se tratase de la entrada del Averno, lo que hizo que Dorila arrugase la nariz, retirando por unos segundos la cabeza para tomar aire puro antes de continuar su camino.

Prendió una antorcha y, con ella en la mano, se adentró por aquel pasillo oscuro, para descender poco a poco los cochambrosos escalones labrados en la roca hasta llegar al final de la gruta, donde una urna de plata, forrada en su interior con terciopelo rojo, descansaba en un pilar situado en el corazón de la sala.

-Ahora a dormir, pequeña –susurró mientras introducía la estatuilla dentro de la caja-. Pronto llegará tu momento. Hasta entonces, aquí estarás segura, y nosotros a salvo de tus malas artes.

Cerró la caja y, lanzando un suspiro de alivio, regresó sobre sus pasos hasta llegar de nuevo al dormitorio, donde cerró la puerta secreta y depositó la llave en su sitio. El lebrel, que en ese instante se encontraba a los pies de la cama, tendido cuan largo era sobre la desgastada alfombra, levantó la cabeza y llevó su vista hacia la anciana, que le miró con ternura, para dirigirse directamente a él.

-Bien, Cronos. Ahora tengo que instruir a Leena para que aprenda a seguir su instinto y aprovechar sus dones. Cuando haya terminado de educarla, por fin podré marcharme. Mis huesos están cansados. Han sido casi cuatrocientos años esperando a la persona adecuada, pero ahora Leena me sucederá. Recuerda cuidar de ella como has cuidado de mi todo este tiempo.


Tras decir esto, se echó en la cama sin siquiera quitarse la ropa, para quedarse dormida enseguida.

martes, 5 de abril de 2011

SOMBRAS (3)


La sombra depositó el paquete sobre una vieja y carcomida mesa de madera con una mano, mientras con la otra se quitaba el sombrero, para descubrir una espesa y larga cabellera de rizos negros, tan oscuros como la noche, que cayó en cascada sobre su espalda. Después, se zafó del gabán y lo dejó caer, casi a tientas, sobre el respaldo de una ajada silla de anea, revelando al hacerlo una silueta curvilínea y delicadamente femenina.

-Llegas tarde, niña.

-Dorila, ¿cuándo vas a modernizarte y contratar la luz eléctrica? Esto está más oscuro que la boca de un lobo.

-Déjate de tonterías. Llevo toda mi vida así, y no voy a cambiar ahora. ¿Has traído eso?

-Aquí está. Pero sigo pensando que no es una buena idea...

La sombra deshizo el pequeño hatillo de trapo que había dejado en la mesa, descubriendo en su interior la estatuilla de una figura femenina de terracota, visiblemente muy antigua y de una inusual belleza.

Los ojos de la anciana se iluminaron, y acercó sus arrugadas manos para acariciarla muy suave con la punta de los dedos, sin poder evitar un suspiro de satisfacción al contemplar aquella escultura tan perfecta.

-Cuando el patriarca se dé cuenta de que su amuleto ha desaparecido, ten por seguro que va a montar en cólera –comentó la joven gitana.

-¡Bah! –replicó la anciana con desprecio, restándole importancia al asunto- Ese viejo chocho ni siquiera sabe lo que tenía entre manos. ¡Un amuleto! Esta reproducción de la diosa Eris tiene poderes que ese estúpido desconoce. Lo único que puede ocurrir dejándola en sus manos, es que acabe provocando una catástrofe.

Leena volvió de nuevo la vista hacia la anciana, mientras la miraba con una mezcla de admiración y ternura.

-Dorila, la dejo en tus manos. Confío en ti. Ahora voy a volver al campamento, antes de que me echen de menos.

-Ve con Dios, pequeña Leena. Yo cuidaré de que Eris jamás vuelva a ser propiedad de alguien inadecuado.