lunes, 31 de octubre de 2011

NOCHE DE DIFUNTOS




Aquel maldito coche había vuelto a dejarla tirada. Otra vez. Cierto que estaba viejo y desvencijado, pero lo había recogido del taller hacía solamente tres semanas. Y de nuevo se había parado. El motor había emitido un leve "tuf tuf" y, tras expulsar una pequeña humareda blanca, había dejado de funcionar.

No tenía ni idea de a qué distancia se encontraba el pazo donde sus amigos la estaban esperando. "Mierda", pensó. "Debería haberme venido con ellos". Pero no había sido posible. Un imprevisto de última hora provocó que se entretuviera más de lo debido en el trabajo y, finalmente, optó por llamarles y decirles que ella llegaría más tarde. Con lo que no había contado era con que el viejo Twingo iba a fallar de nuevo.

Y ahora se encontraba tirada en medio de la nada, en un bosque perdido de la provincia de Ourense, sin saber cuánto le faltaba para llegar a la casa rural.

"Vamos a ser positivos", se dijo. "Sacaré la maleta y echaré a andar. En algún momento, alguien tendrá que pasar por esta carretera dejada de la mano de Dios".

Cogió el trolley, la linterna y, dando gracias por llevar puestas sus deportivas, emprendió el camino por el inexistente arcén de la calzada.

La noche había caído hacía largo rato, pero Eva no se amedrentó. Era una mujer decidida y segura de sí misma, que no tenía miedo de nada.

Mientras caminaba, repasaba en su mente las leyendas que había oído sobre esos bosques y, ese día, Noche de Difuntos, se prestaba a todo tipo de supersticiones. Le habían hablado de una extraña comitiva que pululaba por la zona, compuesta de ánimas, y que debía evitar a toda costa. "¿Cómo era el nombre? ¡Ah, si! La Santa Compaña. ¡Bah! Menuda estupidez", pensó. "En este maldito bosque lo más grave que puede pasarme es que me coman los lobos. De ellos es de quien tengo que tener miedo, y no de una tonta leyenda de fantasmas".

Sumida en esos pensamientos, maldiciendo por lo bajo y aterida de frío, apresuró más el paso a fin de llegar a una zona civilizada. Su móvil no tenía cobertura, e incluso dudaba que la hubiera en cien kilómetros a la redonda.

Lo único que Eva escuchaba por el camino era el sonido de sus pisadas contra la carretera y el arrastrar de las ruedas de su maleta. Ni siquiera el viento que soplaba hacía ruido al pasar entre las hojas de los árboles de hoja perenne que poblaban aquella zona.

De pronto, un extraño olor se filtró por sus fosas nasales. Reconocía aquel aroma, pero sabía que algo no cuadraba. "En los bosques no huele a cera", reflexionó. Enseguida cayó en la cuenta de que debía de estar cerca de algún caserío así que se detuvo y miró alrededor para localizar un punto de referencia.

A lo lejos, en el interior del bosque, creyó ver unas luces que se movían. Con el convencimiento de que se trataba de habitantes de la zona que la podrían socorrer, se dirigió hacia aquellos puntos luminosos.

Pocos pasos más adelante, se detuvo horrorizada. El sonido de una letanía de rezos llegó a sus oídos y observó que todos los que formaban la comitiva se encontraban cubiertos por unas extrañas capuchas que impedían ver sus rostros y, en su mano, llevaban unas velas encendidas. A la cabeza de la doble fila de viandantes, se encontraba un extraño ser. Éste no llevaba capucha, y portaba en sus manos una cruz y un caldero de cobre. Era un hombre de edad indefinida, demacrado, muy delgado, con la tez pálida y la mirada perdida.

Aterrada, se dio cuenta de que se encontraba en el camino de la Santa Compaña. ¿Qué había que hacer para evitarla? "Piensa, Eva, piensa", se repetía constantemente. En alguna ocasión había escuchado lo que había que hacer para no ser arrastrado por ellos, condenado a vagar eternamente por las noches hasta que otro mortal ocupase el puesto de cabecera.

Entonces se acordó. "Si alguna vez te cruzas con ellos, deberás hacer un círculo en el suelo y tumbarte boca abajo hasta que hayan desaparecido. No levantes la vista, no los escuches y reza".

Soltó la maleta y sacó apresuradamente de su bolso el pintalabios que llevaba para sus retoques de emergencia. "Bien. Esto es una emergencia".

Trazó un círculo en el suelo lo suficientemente grande como para caber en él. Ignorando el frío que empezaba a entumecerle las articulaciones, echó el bolso al suelo y se tiró boca abajo sobre el mismo dentro del círculo, tapándose los oídos con las manos e intentando recordar las oraciones que de pequeña había aprendido en el colegio de las monjas.

El murmullo de aquella comitiva se iba haciendo cada vez más fuerte, y el olor a cera derretida más intenso. No se atrevía ni a levantar la cabeza por miedo a ser arrastrada a aquel tormento. Sintió el sonido muy próximo y, al mismo tiempo, como si un frío procedente del más allá penetrase por todos los poros de su piel cuando la Santa Compaña pasó por encima de ella como si no existiese.

Poco a poco, aquella letanía se fue alejando, pero Eva no se atrevía aún a levantar la cabeza. No supo cuanto tiempo estuvo así hasta que el sonido de un motor la hizo despertar del trance en que se encontraba.

Despacio alzó la vista justo a tiempo de ver como unos faros se detenían justo frente a ella.

-¡Eva! ¿Dónde te habías metido? ¡Menudo susto nos has dado al ver que no venías!

Una oleada de alivio inundó su cuerpo cuando se dio cuenta de que se trataba de sus amigos.

-¡Sacadme de aquí por favor! -suplicó ansiosa.

-Pero ¿qué demonios te ocurre? -le preguntó uno de los chicos- ¡Estás blanca!

-Venga, vámonos -rogó de nuevo Eva mientras se dirigía hacia el coche.

-Cualquiera diría que has visto a la Santa Compaña -bromeó el amigo.

Eva se giró hacia él, y le clavó una mirada que hizo que desistiera en sus bromas.

-Jamás -siseó furiosa- ¿me oyes? Jamás vuelvas a nombrarla en mi presencia.

Tras decir esto, cogió su maleta y se metió en el coche. Decididamente, esa era una Noche de Difuntos que no olvidaría en su vida.

miércoles, 26 de octubre de 2011

LA ODISEA DE ESCRIBIR

Sí. Definitivamente, escribir se ha convertido para mí en toda una odisea digna de cualquier superhéroe.


Entre que dispongo sólo de la mano izquierda y un dedo de la derecha (los demás aún andan muy atrofiados) y que, cuando lo intento, en 70 metros de casa, sucede que...


"-Mamiiiiii, dile a Dani que deje la flauta que no puedo estudiar.

-Es que tengo exámen de esta canción mañana.

-Pero con ese ruido no me puedo concentrar.

-Jo, si sólo me queda practicar esto.

-Ya, pero así no me entero de lo que leo."


Así durante aproximadamente media hora. Consigo que lleguen a un acuerdo y que dejen de protestar. Entonces, en ese bendito momento...


"-Churri, ¿qué vamos a cenar hoy?

-No lo sé. Cualquier cosa.

-Es que me apetecía pescado.

-Pues pescado no hay. Mañana lo compro. Hacemos unas tortillas.

-Hoy he comido tortilla de patatas.

-¿Abrimos unas latitas?

-No tengo ganas de latas hoy."


Eso, durante otra media hora hasta que llegamos al acuerdo de cenar latitas y mañana hago pescado en salsa. Una vez acordado todo, "alguien" decide poner la televisión. Algo educativo: "La que se avecina", "Big Bang", o cualquier otra telebasura. Por supuesto, a todo volumen por si algún vecino tiene la tele muda...


En fin... Que me estoy temiendo que cuando quiera acabar esta entrada de blog, habrá pasado un mes desde que la empecé (de la novela, ni hablamos).


Por cierto... la flauta ya está sonando.

martes, 4 de octubre de 2011

Revista Romantica's

Aquí os dejo el enlace del último número de la revista digital Romantica's, en el que aparece mi relato "El Congreso" junto con un montón de contenidos interesantes.

¡No os la perdáis!

http://www.issuu.com/romanticasmagazzine/docs/romanticas_-_014