miércoles, 16 de marzo de 2011

sábado, 12 de marzo de 2011

SOMBRAS (2)



Cuatro manzanas más adelante, la sombra se detuvo ante una puerta cochambrosa de madera vieja, con los herrajes oxidados, y un antiguo aldabón con forma de cabeza de león que golpeó tres veces contra el soporte metálico.
Al otro lado, unas pisadas arrastradas se acercaban lentamente, con andar cansino y pesado. Una mirilla de madera, protegida por una reja herrumbrosa, iluminó de manera tenue al abrirse el rostro que aguardaba en el exterior, y unos ojos grises escrutaron al visitante.
Sin mediar palabra, la portilla se cerró de golpe casi en el mismo instante que la puerta, con un chirrido de sus goznes, cedía el paso, y la sombra humana penetró en el interior.
La estancia era oscura y gris, apenas iluminada por cuatro candelabros distribuidos en las dos paredes laterales de la estancia. Frente a la entrada, un arco sin puerta daba acceso a las habitaciones más privadas de aquel lugar, vetadas a desconocidos, y protegidas por un gigantesco podenco color canela, que se hallaba tumbado en el suelo a modo de alfombra simulando dormitar, mientras permanecía atento a cualquier movimiento irregular de aquella extraña visita.
El morador de la vivienda no era otro que la vieja Dorila, una encorvada anciana, de largo cabello cano que siempre llevaba recogido con un rodete en la nuca. Nadie sabía con certeza su edad, pero las malas lenguas afirmaban con rotundidad que era incluso más vetusta que el tiempo. Sus manos, antaño fuertes y enérgicas, lucían ahora arrugadas y ajadas por el paso de los años. Apenas levantaba un metro treinta del suelo, y aquellas piernas, que otrora corrían veloces atendiendo los mandados de todo el pueblo, hoy se arrastraban exánimes, sin empuje suficiente para despegar la suela del calzado del pavimento enlosado. Pero si en algo no había hecho mella el tiempo para la vieja Dorila, era para su mirada. Aquellos ojos grises conservaban el brillo de la juventud. Unas largas pestañas enmarcaban su forma ovalada, y, si bien estaban rodeados por una infinita acumulación de arrugas, permanecían perspicaces y vivarachos, con sobrada capacidad para percibir todo su entorno de un simple vistazo.

martes, 8 de marzo de 2011

SOMBRAS (1)


Unos pasos resonaban haciendo eco sobre las solitarias paredes de aquel callejón maloliente. Su ritmo apresurado crecía a pesar de la oscuridad que, a esas horas de la noche, reinaba sobre aquella zona suburbial de la ciudad. De pronto, como salida de la nada, una silueta humana se dibujó al pasar bajo la débil claridad de aquella única farola, proyectando sobre el muro gris una sombra alargada e informe. Un abrigo anodino y un sombrero de ala ancha, que en algún momento debió ser negro, fue lo único que se pudo apreciar durante el leve instante de luz que lo iluminó, y la forma humana continuó su camino, perdiéndose de nuevo en la densa bruma que reinaba esa noche.

Los gatos callejeros habían hecho de aquel callejón su morada, y estaban molestos ante la presencia extraña que había osado turbar su tranquilidad, aunque su miedo a lo desconocido les hizo mantener la prudencia, alejándose presurosos del sonido de aquellas pisadas.

La figura volvió la vista atrás al escuchar el ruido producido por la caída de unos cubos de basura, provocada por la huída de los moradores del callejón en busca de cobijo. Los pasos se detuvieron y una mirada verde esmeralda, intensa y felina, procedente del portador de aquel sombrero antiguo, se clavó intensa en las sombras del callejón, escrutando a su alrededor mientras buscaba cualquier manifestación de la presencia de seres humanos. Una vez analizado el entorno, y en vista del resultado satisfactoriamente negativo, continuó su camino por la calleja con paso ligero, apretando contra su pecho con más fuerza el bulto que llevaba en sus manos, mientras una fina lluvia comenzaba a caer, mojando el asfalto y borrando cualquier tipo de huella que hubiera podido quedar.

La forma estiró los labios en una mueca de satisfacción, agradeciendo el infernal tiempo de aquella estación del año, mientras seguía su trayectoria, de sobra conocida y previamente fijada, hasta que se perdió unos metros más adelante al doblar un recodo.